Cristián Gómez

 

El archivo es un problema de autoría versus autoridad

 

Es investigador, editor y creador en artes visuales. Es Doctor en Historia y Teoría del Arte, y académico responsable del Programa de Estudios Visuales y Mediales, FAU, en la Universidad de Chile. Su obra visual y textual se construye sobre la noción “documento de arte”, abordando los problemas de la visualidad así como las estéticas de archivos políticos.

Es autor de los libros Derechos de mirada. Arte y visualidad en los archivos desclasificados (2012) y Human Rights/Copy Rights. Archivos visuales en la época de la desclasificación (2013). Es co-editor de Arte, Archivo y Tecnología (2012), Visualidades [datos, colecciones, archivos] (2013), y editor general de ACICLOPEDIA. Breviario sobre la forma más allá del canon (2016), y CANAL. Cuadernos de Estudios Visuales y Mediales (2017).

 

Nos gustaría comenzar preguntándote qué impacto consideras que tienen las tecnologías digitales y sus dispositivos en la noción de archivo, pensando particularmente en el formato web.

En general esa es una pregunta recurrente en torno al archivo, pero es difícil contestarla sin establecer primero de qué clase, de qué tipo de archivo estamos hablando. Por ejemplo, la web en sí no es un archivo o no necesariamente. Para que algo, un acervo de datos y documentos, constituya un archivo tiene que existir al menos un espacio de consignación, de depósito, algún lugar en que el archivo se preserve y se administre. Por eso, una web es el lugar menos idóneo. Aun así, hoy se vuelve difícil hablar del archivo en un sentido tradicional, el archivo colonial, decimonónico, por ejemplo, o de archivo en un sentido alfabético o enciclopédico –como el emprendido por Diderot antes de la Revolución Francesa–. Esos modelos de archivos hoy en día reflejan un pensamiento estructuralista alineado con un lenguaje de orden taxonómico, lo cual siempre se mantendrá vigente, incluso a través de las nuevas tecnologías. Sin embargo, también podríamos pensar en otras modalidades de archivos.

Ante esta situación, se abren al menos dos posibilidades: una que ya insinuamos de orden estructuralista, es decir, técnica o mejor dicho sistémica; y otra que podríamos llamar de orientación especulativa, que se relaciona con la literatura, la ficción, el documentalismo de ficción, falsa memoria, realidad incompleta, y que podemos resumir, como ya dije, del tipo especulativo, discursivo o pensativo. Entre estas dos posibilidades –que en ningún caso se reducen a ellas únicamente– se produce un choque disciplinar, puesto que la segunda vía choca con la larga tradición de los archivistas, quienes insisten en sus protocolos y nomenclaturas de clasificación sistémica.

Es importante advertir al menos de estas distinciones, porque si hablamos de la noción de ‘archivo’ sin referirnos a la dimensión científica, entonces los profesionales en archivística inmediatamente se inquietan, pues a ellos les interesa el documento de la memoria, su patrimonio, su preservación, y ese interés implica efectivamente condiciones técnicas, protocolos de indexación, de seguridad, de metadatos, etc.  Entonces, volviendo a la pregunta y pensando en el formato web, desde la perspectiva de la archivística inmediatamente se diría que una web no es un archivo –a pesar de sus códigos de programación–, por lo tanto el impacto no es tan evidente. Quizá tendríamos que denominarlo de otra manera, básicamente porque estamos pensando en una plataforma, un documento medial, lo cual en muchos casos puede terminar en una versión discursiva, es decir, perteneciente a la segunda de las posibilidades que les mencioné. Una cuestión distinta es que esa página web se proponga constituir una base de datos, lo que implica, como dije, una serie de protocolos.

 

¿Cómo se relaciona el archivo, estas dos formas de acercarse al archivo, con la memoria?

Si pensamos la memoria desde el archivo hay que entender, primero, que nos situamos en el punto de vista especulativo, y, por lo tanto, el cuestionamiento es de tipo filosófico, historiográfico y, finalmente, político. A partir de eso, uno podría comenzar a trabajar sobre una posible noción de archivo que apunte hacia una narrativa de la memoria, pero eso implicaría, necesariamente, pensar la memoria histórica, individual y colectiva, por ejemplo. Sobre esto hay autores, particularmente franceses, que han trabajado sobre los lugares de memoria y la vida social de la memoria, que son dos posiciones distintas y que, al no ser necesariamente complementarias, dan inicio al problema de la memoria individual versus la colectiva, en donde ambas son meramente narrativas y, por lo tanto, no podemos traducirlas a datos científicos. Pierre Nora ha diferido de una memoria individual y se ha dedicado a fundamentar que solamente los lugares constituyen memoria, o sea, que no podemos plantearnos un “voy a recordar esto” como si se tratara de un recuerdo voluntario o de una dimensión psíquica mecánica, sino que solo podemos resguardar los lugares y las condiciones que albergan dichas memorias. Ahora bien, la vida social de la memoria, en cambio, entiende la memoria como construida a partir de relaciones. Por ejemplo, esta entrevista la recordaremos por la relación entre nosotros tres en este minuto y de ello dejaremos un registro seguramente. En consecuencia, la memoria individual, se vuelve más esquiva, más difícil de asir, de controlar y de evidenciar.

Pensemos, por otro lado, en el testimonio. Nada evidencia que haya memoria histórica en el testimonio, ya que el testimonio puede entenderse como una memoria ficcional que no asegura una linealidad temporal o que esté basada en hechos constatables. Está plagado de falsos testimonios históricos, particularmente los que surgieron con los testigos en guerras, conflictos civiles o catástrofes colectivas, y que son muy interesantes para indagar en la vida testimonial de la memoria, pero que no guardan relación con una memoria histórica necesariamente.

En suma, la cuestión de la memoria en el marco del archivo, requeriría pensar al mismo tiempo si nos referirmos a memorias de orden colectivo basados en relatos comunes, documentos, lugares, o bien a un relato individual y psíquico del recuerdo. Es ahí donde podríamos plantearnos si el archivo es realmente un asunto vinculante con la memoria. Lo cual, bien sabemos, se ha naturalizado durante las últimas tres décadas.

 

¿Y qué opinas, en el caso de nuestro proyecto, sobre estos documentos públicos? ¿Contienen memoria? Y si contienen, ¿memoria de quién? Del individuo, de la institución…

El documento en sí es una forma de enseñanza, una manera de mostrar algo, pero sólo aquello que el documento permite. Lo que quiero decir es que, en el caso del proyecto de archivo que ustedes levantan bajo el nombre de Zurita, hablan de utilizar un certificado de nacimiento, lo que entonces sería un documento, y ese documento nos enseña algo sobre Zurita, pero no su vida, sino que sólo una bio-grafía, es decir, una escritura de su vida, y a pesar de ello no es Zurita quien está ahí, ni tampoco su memoria. Lo que está es el aparato althusseriano o dicho de una manera más cercana a esta discusión, la biopolítica de Foucault, o sea, los datos del Estado: el certificado de nacimiento. La vida documental no le pertenece a quien el documento parece registrar, sino que al aparato que controla ese documento. Y eso es interesante de indagar, porque pone en crisis la idea del sujeto. El documento es un montaje y por lo tanto una mentira diría la nueva historia o la historiografía estética, y cada vez que aparece un documento estamos constatando esa pulsión historiográfica, que no es más que la escritura de lo instituyente y de lo institucional.

 

O la representación.

Es que la representación tampoco tendría validez desde el punto de vista de la posibilidad de verdad o mentira historiográfica. Es decir, sabemos que la representación no es, porque, precisamente, opera sólo como una representación. Y sobre esto se ha discutido largamente, tanto que no parece suficiente pues incluso hoy en día, con el auge de los medios virtuales y particularmente del documento virtual, es cada vez más dificíl distinguir realidad de representación, evidencia de texto.

 

¿Cómo llegamos a la noción actual de archivo?

No estoy seguro si debiésemos llegar a una noción actualizada de archivo pues ésta siempre será polisémica, sin embargo, si quisiéramos aproximarnos a cierta noción común, debiésemos considerar la historia de la escritura, la grafía, como un momento histórico en que se erige al archivo como un derecho. Podríamos levantar la hipótesis que el archivo público entra en crisis con la Revolución Francesa, con la Declaración Universal de Derechos, en 1789-1790, que instala los derechos del hombre y de los ciudadanos y que, a pesar del sesgo masculinizante, sitúa el derecho a inscribir la política. La historia de aquella revolución sería, ni más ni menos, la historia del derecho a la escritura. Eso es lo llamativo. Se nos propone, básicamente, el derecho a escribir, a divulgar públicamente y a preservar aquellos documentos que están escritos, derecho a preservar los documentos que declaran, describen, relatan la historia de la humanidad con el único fin de preservar sus mismos derechos.

El problema es la distinción entre un archivo que guarda y vigila el derecho, y un archivo que opera en su derecho de asociación política con fines públicos. De un modo algo lateral a la pregunta, diríamos que ese archivo hace crisis, especialmente, con el predominio de las máquinas y por lo tanto con la reproducción industrial. Víctor Hugo, a finales del siglo XIX, entendía esto. Fue reconocido como uno de los principales promotores de la idea de los derechos públicos versus los derechos de autor sobre las obras escritas. Afirmaba que finalmente lo más relevante es que el libro se vuelva público y circule, pues en esa medida se logra consumar el propósito de la escritura.

Hoy en día la noción de archivo se ha visto modificada por el régimen del derecho maquínico que ya en el siglo XIX se insinuaba. Hablo del auge de las máquinas de indexación, que son las que actualmente delimitan el derecho. En este sentido podemos decir que el archivo es un problema de autoría versus autoridad, o sea, a quién le pertenece lo que se escribe, quién es el autor, y quién es el arconte que controla, custodia, vigila y guarda esa escritura. De esa forma, la autoridad pasa a ser el autor.

 

Claro, el que ejerce la autoridad a través de los derechos de propiedad intelectual.

Por supuesto, y esa es una evidente intelectualidad capitalista para comprender los derechos. La discusión es larga, y probablemente sea ineludible cada vez que se piense en levantar archivos. ¿Qué significan exactamente los derechos de autor, los derechos de propiedad intelectual, los derechos de copia en este ámbito? Sabemos que el copyright, en el mundo anglosajón, es distinto a los derechos de autor. El problema de los derechos morales, propuestos por la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que reconoce al autor de algo, es que son distintos a los derechos patrimoniales, el derecho a percibir una ganancia, una retribución producto de lo creado. Son dos temas distintos, pero que hoy se mezclan cada vez más. Entonces, cuando se escuchan alegatos por los derechos de autor, uno no sabe si reclaman por los derechos morales o los derechos patrimoniales. Pero al final también sabemos que los derechos de autor no pertenecen al autor realmente, sino a las editoriales, a los sellos, etc.

Es inevitable hacerse estas preguntas sobre autor y autoridad en proyectos como el que ustedes están levantando, porque sigue estando ahí, de fondo, la pregunta ética por la escritura del autor, y qué autoridad se tiene para, por ejemplo, intervenir un documento. Hoy se podría decir que no existe un autor sino que varios, puesto que el autor recoge tanto de otros autores que al final se diluye el sujeto-autor, pero además existe la vía del copyright que ya mencionamos, y que producen una antinomia frente a lo que se entiende, por ejemplo, como “obra derivada”. ¿Puedo citar los derechos de un autor anterior? Sí. ¿Puedo no citarlos? También. ¿Puedo diluirlos hasta el punto de no saber quién fue el autor original? Por supuesto.

A mi parecer, el problema del archivo es el problema del derecho. No necesariamente el derecho jurídico, sino que el derecho a mirar, ver, leer. Simplemente eso. La industria de la indexación o la industria creativa, o a quien sea que le pertenezca algún documento, puede ni siquiera permitir ver o leer los documentos. Mucho menos reproducirlos. Y este problema es político, ético, no taxonómico ni técnico, y por lo tanto, no se resuelve fácilmente.

En ese sentido, es muy interesante lo que ocurre con las “obras derivadas”, con el concepto de deriva, porque finalmente es a través de la deriva que se actualizan lo que se entiende por derechos de mirada, por derechos de reproducción, por derechos de autor y por derechos de autoridad. El caso de las instituciones es dramático, porque además las personas a cargo de ellas no están al tanto de la discusión debido a que su tradición archivista se ha vuelto de orden técnico, entonces intentan utilizar algunos protocolos, muchas veces perecederos, que les obliga la ley o algún sistema de burocracia interna, sin posibilidad de entrar en el diálogo ético ni mucho menos estético.

 

Efectivamente, esa discusión es interesante, porque todavía no se ve en profundidad. Incluso los mismos autores restringen el acceso a sus obras…

Es que la discusión ética-estética es muy incipiente todavía. Sin embargo, el archivo global avanza con tanta rapidez que en los últimos diez años se desbordó, y es muy difícil tener la agilidad para abarcar esta nueva dimensión. De hecho, el mercado de la archivística se ha vuelto un lugar transdiciplinario. Es habitual ver personas de literatura, periodismo, arte, diseño, arquitectura, que han ingresado al campo de la archivística, porque es un problema en torno al futuro de los datos que esas mismas profesiones producen. El resto parece dar lo mismo: aquí el problema es qué se hace con la gestión de datos. Y sabemos muy poco al respecto. Construir un saber sobre la gestión de datos no significa necesariamente producir las leyes para restringirlos, sino que implica pensar cómo trabajamos respecto al poder que encierra la sola referencia a los derechos humanos. Es ahí donde podemos identificar el giro ético de la estética y la política, si quisiéramos parafrasear la filosofía de lo sensible.

Precisamente por lo difícil de la discusión, han surgido posturas, posthumanistas, que especulan a través de las máquinas o de lo que algunos identifican con lo no-antropocéntrico. En estos casos, todo lo que mencioné antes sobre la historia de los derechos de la escritura y de lo humano son de algún modo impugnadas, pues consideran que el problema del archivo es un problema de la escritura de datos, de la escritura de máquinas. Dicho de un modo muy reductivo, no les conciernen las relaciones entre personas sino las relaciones entre máquinas, entonces no se complican con la fatigosa discusión respecto de lo ético, pues las condiciones del discurso ya están dadas por las máquinas. Podríamos decir, desde este posthumanismo, que, por ejemplo, en el archivo de Zurita nos interesan solo los datos, o mejor dicho el algoritmo, pues con un algoritmo sofisticado podríamos gestionar datos fácilmente, sin tomar en cuenta los derechos, dado que el derecho sería simplemente lo que el software permite, nada más.

 

Sin embargo, incluso en ese contexto de no cuestionamiento de la ética, ese algoritmo que mencionas propicia una pregunta ética, porque ese algoritmo también toma decisiones, aprende y es, hasta cierto punto, autónomo.

Claro, podemos decir que, hasta cierto punto, el algoritmo es más importante que el autor. Y en este caso, tendríamos que decir entonces que el algoritmo sería más importante que Zurita, porque lo relevante es el dispositivo a través del cual van a gestionar esa autoría. Sabemos que hay muchos tipos de web, de superficies, de administración, de servidores, de gestión de información, pero todos tienen en común que operan con algoritmos controlados, codificados, con protocolos. El otro tipo de algoritmo que mencionas, de orden más bien generativo, como si de una inteligencia autónoma se tratara, puede contrastarse con los códigos de programación libre que también promueven una inteligencia autónoma. Pero en este último caso producen otra forma de gestión o meta-gestión, que se transforma a medida que se llega a otro servidor, y que luego se modifica cuando llega a otro usuario, y a otro, y así sucesivamente. Pero bueno, esto significaría entrar en otros regímenes del archivo de programación. En el caso del archivo que ustedes desarrrollan me parece que hay, desde el punto de vista de la elección del algoritmo, una pregunta ética y política, pero también estética que ustedes inevitablemente se deben formular.

En su caso, por ejemplo, deben decidir si mostrar o no los documentos, o si mostrarlos o no completos, fragmentados. Y esa es una pregunta ética, indicial y policial, no en el sentido de la carta robada de Allan Poe -aunque tampoco tan alejada de ello pues ahí encontramos un forma de documento oculto-visible que es interesante para nuestra discusión-, sino desde un punto de vista del daño que esto pueda ocasionar; lo cual es una pregunta rancieriana indudablemente. Detengámonos un momento en ello. Se parte de la base que toda liberación de un dato conlleva un daño a la comunidad. En el ámbito del archivo global esa es, precisamente, la política de Estados Unidos, con casos como el de Snowden –perdonen ir tan lejos–, en que los archivos están clasificados y su liberación podría ocasionar un daño a la sociedad. Es interesante observar que esto depende de una tipificación escalar: “Súper secreto”, “Secreto”, “Confidencial”, entre otras -las que podemos revisar en un informe evacuado por Obama en 2009-, lo que por supuesto implica condenas. Ellos entienden el daño como un daño al Estado o a la seguridad de la Nación; es la policía que resguarda del daño que esa información pueda causar.

Pero volvamos. Uno podría llevar este ejemplo a su proyecto, en él también pueden preguntarse por el daño que causaría volver la información disponible, y si el daño es de autor o autoridad. De alguna manera ustedes oficiarían de policía. Y a su vez, sobre ustedes habría una policía mayor, que sería, probablemente, la misma Universidad o incluso el propio archivo de autores, derechos de terceros y obras colectivas de Zurita. Finalmente la pregunta que se ejerce sobre la liberación del archivo, lo que se entiende como desclasificación -como si de un secreto se tratara-, es cómo se ejerce y se regula el daño; de ahí entonces la relevancia de la política y la estética en tanto dimensión de lo sensible en un archivo.

 

Precisamente por temas como ese, es difícil tomar la decisión de si publicar todos los archivos que hemos recopilado, o no publicar ninguno, si publicar sólo una parte…

Esto es, justamente, muy sensible para la gente de archivística –una forma policial sin ir más lejos–, porque finalmente el principio que guía un proyecto de archivo es su acceso público. Es como el juramento hipocrático de los médicos respecto de la vida humana. El principio del archivo es que el documento, durante su ciclo vital, sea público y por ello universal. Es decir, que no se tenga potestad ni exclusividad sobre el acceso. El archivo posee entonces una complejidad respecto de lo universal que a veces las instituciones no comprenden, puesto que lo universal o mejor dicho el régimen de igualdad también exige asumir tanto el ejercicio policial como el político.

Lo interesante de su proyecto es que, precisamente, no consista en un archivo propiamente tal, porque más bien están creando o editanto un relato. Lo importante de acceder a esa información de Zurita no es que sea fidedigna respecto de un documento de vida, sino la narrativa expuesta ahí, y eso es porque estarán creando un meta-archivo. En ese sentido, me parece que no las mueve un impulso archivista, puesto que en la web no están colocando a disposición una base de datos, sino que están produciendo una narrativa de archivo que podría estar en otro lado también. Ustedes mismas la están construyendo, la que puede ser o no auténtica, fidedigna -para usar las palabras maestras de la archivística: objetiva, probatoria, etc.-, respecto de ese supuesto archivo original o de procedencia. Se pueden sentir liberadas del problema del archivo, puesto que ustedes producen una obra que deriva del archivo. En síntesis, es muy fácil llamar a lo que hacen archivo, pero estrictamente, desde un punto de vista técnico-científico, no opera de ese modo. A mí me parece que se trata más bien de la edición del documento, pero que se asocia con esa idea discursiva que mencioné anteriormente. Hay un materialismo especulativo en este proyecto. Por lo tanto, al no constituir un archivo, ustedes tienen la paradójica libertad de fragmentar e interrumpir la información, los datos, el acceso.

 

Por último, queríamos saber qué piensas que ocurre con la construcción de la memoria con la llegada de lo digital.

Una diferencia sería la que algunos escritores, como Kittler y Brea, describieron en relación con las memorias de software, esto es, la metafórica diferencia entre memoria ROM y memoria RAM. La memoria ROM es solo de lectura, a diferencia de una memoria RAM, que tú puedes acceder, y por lo tanto, no solo leer, sino también escribir. Lo interesante es que, si bien pareciera ser que en lo digital tenemos una mayor libertad para, precisamente, “escribir”, esa libertad es aparente, porque no puedo tener una libertad plena de escritura. Puedes pensar que estás escribiendo, pero lo que haces es reproducir. Para escribir libremente, tendría que meterme en el código. Escribir en una pantalla, en un chat, no es escritura, es simplemente lectura, ROM. Puedo teclear, pero lo que hago es básicamente reproducir el código. Escribir significa meterse en el código, transformarlo. Es en la memoria RAM que uno construye su memoria de forma activa, y el problema hoy es cuántas posibilidades reales de construir esa memoria activa tenemos.