«Somos hijos de la muerte y del poema», collage por Maricruz Alarcón (2018).

Somos hijos de la muerte y del poema

“El descubrimiento de la muerte inmediatamente encuentra respuesta en el poema. Y entonces eso está inserto en el más profundo ADN de lo humano. Somos hijos de la muerte y del poema”.


La poesía tiene que ver, con una cierta dimensión del sueño,
y por atroz que sea con una cierta dimensión de la esperanza.
Yo me cuento una fábula, no es más que una fábula
que lo humano nace
cuando alguien va
corriendo en una cacería
al lado de otro algo, y de repente el mamut, el tigre, lo que sea,
lo agarra y lo hace papilla, al que está al lado,
y ese que está al lado,
viendo la repentina inmovilidad
de ese otro algo que estaba con él
descubre que un día eso que le pasó a ese le va a pasar también a él.
En ese momento descubre la muerte.
Y cuando descubre la muerte,
es algo tan absolutamente irrepresentable,
tan inconcebible, tan enorme,
que inmediatamente tiene que tener una respuesta,
y esa respuesta, frente al hecho del descubrimiento de la muerte,
es lo que se llama poesía.
Algo levantó sus patas y vio las estrellas,
y se dio cuenta que esas estrellas durarían más que él.
El descubrimiento de la muerte
inmediatamente encuentra respuesta en el poema.
Y entonces eso está inserto
en lo más profundo del ADN del humano.
Somos hijos de la muerte y del poema.
La respuesta frente a esa cosa que no tiene respuesta
va a durar hasta que el último ser contemple el último atardecer.
Por eso no se extingue.
Toma las formas más diversas,
y sobrevive,
porque es parte
de la base misma,
la constitución de aquello que entendemos por lo humano
y que después tendrá quizás qué nombre.
Pero mientras dure la muerte
durará el poema.
Es el intento de respuesta, el intento permanente de responder,
que no hay, finalmente. O sea, no la conoces,
pero el intento, el intento, ese impulso humano básico,
que enfrenta a la muerte, es el por qué,
o sea hay algo radicalmente como absurdo,
hay algo incomprensible,
hay respuestas que son tan bellas,
que somos testigos en este universo, que el universo se está como testigo,
respuestas muy poéticas, muy lindas,
pero sigue la pregunta, no responden.
Shakespeare en Hamlet,
"morir, dormir, soñar acaso,
ha sido un sueño pensar que en un juguero,
la congoja, morir, dormir, ah el problema es eso,
porque quizás qué sueños sean
los que sobrevengan en el dormir profundo de la muerte".
Ha tenido pesadillas que son más horrorosas,
te fijas, que las que tenemos cuando dormimos.
Yo creo que todas esas cosas que uno realmente,
radicalmente no tiene respuestas, te fijas,
y en última instancia puedes tener una respuesta neurológica
pero sabes que eso no es una respuesta tampoco.
Creo que la poesía sigue viva
mientras esas preguntas sigan abiertas.
Es lo más cercano, no es la respuesta,
pero es lo más cercano a una posible respuesta.
La poesía opera con otro tiempo,
por lo menos en mí creo que aparece así.
En el sentido que hechos tan capitales
hechos tan
capitales como
el descubrimiento de América, el desembarco en la luna,
la guerra de Troya,
la visión, como decía Borges, de una rosa amarilla entre vista al amanecer,
la sonrisa de tu hijo,
son igualmente presentes.
Entonces, cuando tú escribes
esa memoria uniformiza todo
en un presente perpetuo.
Lo que entendemos por distancia, distancia histórica,
distancia temporal, no existe.
En ese sentido, la historia y la poesía
son dos lecturas radicalmente distintas.
Para la poesía,
todo aquello que afecta es presente,
no hay sino historia contemporánea.
Yo estuve en Roma hace... Viví cinco años en Roma
hace treinta años, sí, hace treinta años,
y en los poemas podrá aparecer sobre eso o no aparecer,
pero si escribo sobre Roma, será como si la experiencia
fuera absolutamente presente.
Si fuera periodista, tendría que escribir en la inmediatez.
Entonces, la memoria opera con presente perpetuo,
opera con presente perpetuo.
no establece en la poesía distancia temporal,
o aquella convención que denominamos
el tiempo.
Es una memoria, una idea de simultaneidad.
El ángulo que muestra, yo creo, la poesía,
la literatura en general, pero la poesía especialmente,
es que
es imposible el olvido.
No hay olvido.
Que nadie se olvida de nada.
El gran problema que se enfrenta no es el que se olvide,
sino el qué se hace con los recuerdos,
cómo diablos se maneja uno con los recuerdos.
Entonces, hay muchas cosas en el debate público
que desde el poema adquieren otra perspectiva.
Incluso cuando se escriben,
uno en cierto sentido suspende la vida,
porque si yo estoy preocupado
porque me van a echar de esta casa,
esa preocupación copa el horizonte, porque no he pagado el dividendo
qué sé yo, yo no puedo escribir.
Si escribo es porque me olvidé de eso,
porque lo suspendí, entonces por eso puedo escribir,
porque suspendí, se suspende la vida.
Pero en cierto sentido al suspender la vida
se suspende también la muerte,
entonces es un tiempo en que tú sientes
que todos los que escriben, que han escrito y que escribirán
están en tiempo simultáneo.
Y no deja de ser cierto. Yo escribo.
Yo he leído a Dante, a Vicente Huidobro, a Neruda
y a Nicanor Parra,
entonces cuando escribo, de una u otra forma,
ellos se van a hacer presentes, aunque no sea consciente.
Pero a su vez, Parra ha leído otros cuatro,
Neruda ha leído otros cuatro,
Dante leyó a los latinos,
y en un segundo barriste el horizonte completo de lecturas,
hiciste presente la historia entera.
Entonces, no hay como un antes y un después.